La vulnerabilidad y las lágrimas sagradas




La vulnerabilidad es la calidad de ser herido (vulnus=herida), la capacidad de ser dañado. 

El ser humano es vulnerable. Yo soy vulnerable. Tengo necesidades (materiales, emocionales, intelectuales o espirituales) que no son garantizadas y que pueden permanecer insatisfechas. Tengo preocupaciones que pueden ser no atendidas. Tengo miedos, ansiedades, temores, etc.

Desde el yo tengo dos opciones.

Puedo negar mi vulnerabilidad, pasarla por alto, ignorarla, rechazarla. Justificar mi vulnerabilidad y quitarle importancia. Proyectarla en el otro y aparecer yo poderoso y ver el otro como vulnerable y así tener el poder sobre él, controlarlo o manipularlo (incluso desde la ayuda).
O puedo hundirme en mi vulnerabilidad y victimizarme, desresponsabilizarme, hacer cargo al otro de mi vulnerabilidad, abdicar en el otro, buscar ser rescatado o salvado por el otro.

En el primer caso, niego mi vulnerabilidad y sólo me reconozco en el poder. Yo puedo todo (omnipotencia). En el segundo caso, niego mi poder y sólo me reconozco en la vulnerabilidad. Yo puedo nada (victimización).

En realidad, somos vulnerables y somos poderosos, somos fuertes y somos frágiles. Andar en sus dos pies implica reconocerse tanto en la vulnerabilidad como en la fuerza. Es más, reconocer mi vulnerabilidad me permite cuidarme y sentirme más fuerte, conectar y permanecer en contacto con y legitimar mi vulnerabilidad me fortalece y empodera.

Más allá de las lagrimas de la autocompasión y la autocomplacencia son las lágrimas del corazón que remiten a una experiencia sagrada. Emocionarse profundamente, conectar con su vulnerabilidad más honda es conectar con su humanidad más profunda.

La vulnerabilidad es una puerta hacia el alma.


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